Cuenta la leyenda que en el comienzo de los tiempos estaba prohibido que las hadas convivieran con los mortales, por temor a que se establecieran vínculos entre ellos contrarios a las leyes de la naturaleza.
Como todos sabéis, a las hadas les encanta participar de la vida de los seres humanos y algunas, las más atrevidas, desobedecieron las normas de los Dioses. Aine, la Diosa que las creó, las castigó quitándoles la forma humana que las hacia tan cercanas a los hombres, condenándolas a ser únicamente insectos. Pero unos hermosos insectos: las libélulas.
Pero a la Diosa no le fue permitido dejarlas sin las facultades que son parte de su esencia: la belleza, la capacidad de leer los pensamientos, la intuición que les hace saber lo que es cierto y lo que no lo es y la prerrogativa de convertir los sueños en realidad, abrir los caminos del aire y volar tan rápido que nadie puede seguir su estela…
Pasó el tiempo muy deprisa y las cosas cambiaron. La prohibición de no convivir con los humanos fue abolida, pero para cuando la Diosa Aine indultó a las hadas que ella misma había convertido en libélulas, estas se negaron a volver a su estado anterior. Se habían acostumbrado a convivir con los humanos sin despertar sospechas, sin recelos y sin ser estudiadas como elementos curiosos o extraños. Eran libres, mucho más libres que cuando tenían que esconderse al menor aviso de humanos en el entorno.
Así que desecharon la propuesta y ya para siempre son esas maravillosas criaturas que nos rodean en los bosques y que con su sola presencia nos alegran el día. Siguen siendo mágicas aunque temerosas de ser descubiertas. Su labor es ayudar a que los sueños y las ilusiones de los humanos se cumplan. No desaprovechemos la ocasión, si alguna de ellas nos ronda, de contarle nuestros sueños.
Es fácil encontrarlas sobre las hojas de las hiedras o de los helechos por que están siempre cerca de los ríos y de las fuentes. Y aseguran que si tienes algo que las recuerde (un objeto con su forma, un dibujo, una figura grabada) ellas lo considerarán como su casa y como un homenaje y te traerán suerte.
Como todos sabéis, a las hadas les encanta participar de la vida de los seres humanos y algunas, las más atrevidas, desobedecieron las normas de los Dioses. Aine, la Diosa que las creó, las castigó quitándoles la forma humana que las hacia tan cercanas a los hombres, condenándolas a ser únicamente insectos. Pero unos hermosos insectos: las libélulas.
Pero a la Diosa no le fue permitido dejarlas sin las facultades que son parte de su esencia: la belleza, la capacidad de leer los pensamientos, la intuición que les hace saber lo que es cierto y lo que no lo es y la prerrogativa de convertir los sueños en realidad, abrir los caminos del aire y volar tan rápido que nadie puede seguir su estela…
Pasó el tiempo muy deprisa y las cosas cambiaron. La prohibición de no convivir con los humanos fue abolida, pero para cuando la Diosa Aine indultó a las hadas que ella misma había convertido en libélulas, estas se negaron a volver a su estado anterior. Se habían acostumbrado a convivir con los humanos sin despertar sospechas, sin recelos y sin ser estudiadas como elementos curiosos o extraños. Eran libres, mucho más libres que cuando tenían que esconderse al menor aviso de humanos en el entorno.
Así que desecharon la propuesta y ya para siempre son esas maravillosas criaturas que nos rodean en los bosques y que con su sola presencia nos alegran el día. Siguen siendo mágicas aunque temerosas de ser descubiertas. Su labor es ayudar a que los sueños y las ilusiones de los humanos se cumplan. No desaprovechemos la ocasión, si alguna de ellas nos ronda, de contarle nuestros sueños.
Es fácil encontrarlas sobre las hojas de las hiedras o de los helechos por que están siempre cerca de los ríos y de las fuentes. Y aseguran que si tienes algo que las recuerde (un objeto con su forma, un dibujo, una figura grabada) ellas lo considerarán como su casa y como un homenaje y te traerán suerte.
© Morgana Barcelona