Nacimiento, crecimiento, muerte, renacimiento: el girar de la Rueda es un círculo, pues el año es un viaje circular que realizamos alrededor del sol. Empieza en la oscuridad del año, cuando hay una grieta en el tiempo, un momento en el cual el velo es delgado, y los que se han marchado antes que nosotros y los que llegarán después no están sep …arados de nosotros. En ese fértil momento en el cual presente, pasado y futuro se encuentran, el Niño Año es concebido. Lo que es concebido es Toda Posibilidad, pues el Niño todavía no está formado.
Decimos que el cielo nocturno es la Matriz de la Diosa, porque es oscuro como el útero y nos rodea y, dentro de él, el billón de estrellas vivas son puntos de luz, como las almas de los
muertos que nadan en la oscura caldera del útero en dirección al renacimiento.
Decimos que en el Solsticio de Invierno, la Gran Madre da a luz al Sol. Pero, ¿qué es lo que nace en realidad? No se trata del sol físico, de esa ardiente bola de gas. Es el Sol Espíritu que nade de la Noche Espíritu. Es el Hijo de la Promesa que despierta en nuestro interior, recordándonos que podemos ser más que lo que somos. Y, a medida que el año va creciendo, el Niño que no está formado empieza a adquirir una personalidad, a crecer adoptando la forma y el rostro que muestra ese año, a pedirnos la promesa de lo que ese año exige. Lo que es potencial echa raíces, saca retoños y echa hojas.
El espíritu del Sol entra en las semillas de la primavera. Llama a la Hija Semilla del Sol, porque ella crecerá hasta madurar, hincharse y darse a luz a sí misma. Llama al Hijo Semilla del Sol, porque él se elevará, se desparramará y volverá a caer. O llama a la Semilla Hija del Equilibrio, porque en ella se encuentran todos los opuestos. La oscuridad y la luz, el fuego y el agua, la tierra y el aire, el día y la noche son necesarios para su crecimiento.
Ahí donde hay equilibrio, hay tanto diferencia como igualdad, y de ellas nace el deseo. El deseo se sube recto, como la vara de Mayo, y el deseo se entrelaza, baila, en un arco iris de colores, como lazos colgantes, y el deseo parpadea y desprende un calor que se eleva y cae como las llamas de la caldera. Y cuando nos entregamos a las mareas crecientes de la vida, éstas nos llevan sobre la cresta de la ola: el Niño madura; el Potencial se realiza; la Semilla echa tronco y ramas y da un fruto, el cual debe caer.
La Rueda gira. Decimos que el Solsticio de Verano es el tiempo de Dar del Sol. Llamamos al Sol nuestra Madre, porque ella nos alimenta de su propio cuerpo. Llamamos al Sol el Dios Que se Entrega, porque él se consume para generar calor y luz. Llamamos Tiempo al Sol. Lo que sube debe caer para derramar su semilla.
Lo que madura debe caer a la tierra y pudrirse. De modo que el Sol se convierte en el Viajante, El Que Desciende, El Que Conoce el Otro Lado y nos trae un nuevo equilibrio en el tiempo de la siega, cuando para vivir debemos convertirnos en el segador de la vida. Llama a la cosecha Hija del Sol, porque cada ruta madura y cada grano es una nueva matriz. Llama a la cosecha Hijo del Sol, por la semilla que cae del rayo. Desciende, como la semilla desciende hasta el suelo. Entra en el Inframundo, el Tiempo de Soñar, el mundo del espíritu.
Llama al espíritu del Sol tu Nave y navega sobre los océanos que son inmunes a la luz del sol y de la luna, absueltos del tiempo. En la distancia, algo brilla. Es un punto de luz; es una única isla en la cual se encuentran presente, pasado y futuro. Lleva contigo la carga del pasado hasta que llegues al gozne de la espiral, donde vida y muerte son una, donde lo que ha sido consumido puede ser renovado y Toda Posibilidad es acelerada hacia una nueva vida por lo que ha sido. El ciclo llega a su fin y vuelve a empezar, y la Rueda del Año sigue girando y girando.